martes, 25 de octubre de 2016

Pongamos límites

"La libertad es solo parte de la historia, la mitad de la verdad".
                                                                                                                                          Viktor Frankl

Efectivamente no hay libertad sin responsabilidad,  ni responsabilidad sin libertad. Este juego de palabras filosóficas, es básico para el hombre: sin libertad no existe posibilidad de elección responsable, y sin responsabilidad, no se puede decidir libremente, pues nos exponemos a dañar a alguien, algo o a nosotros mismos. 

Por tanto libertad y responsabilidad van siempre unidas, y en estas dos realidades debemos basar la educación de nuestros hijos.  

Shutterstock

Durante las últimas décadas, hemos pasado de una educación autoritaria en la que el niño no tenía posibilidad de opinar, a una corriente en la que el miedo a traumatizar a los hijos ha convertido a muchos padres en supuestos amigos de sus hijos. Sin embargo viendo los frutos recogidos, se está empezando a reaccionar hacia una postura intermedia, ni tiranía, ni amistad: los padres somos padres, fomentamos la confianza con nuestro hijos y somos muy cariñosos, pero también ponemos normas, sin miedo a minar la autoestima o el ánimo de nuestros hijos. Por el contrario, los niños sin límites se sienten inseguros, pues no están preparados para ciertas decisiones y se les hace grande el camino. Además como es lógico, suelen elegir las opciones más fáciles o más apetecibles, y cuando llegan a la adolescencia se convierten en niños que no toleran un no, y cada vez quieren más. Ya en la adultez se chocan de golpe con la realidad:

 Nadie puede hacer lo que quiera en cada momento,
 eso no es real.
Todos nos regimos por una serie de normas  
en todos los ámbitos de nuestra vida.
 Ello protege la libertad de los demás y hace posible la nuestra. 

Por tanto, un niño que ha sido educado sin límites, no está preparado para la vida adulta. En anteriores posts, hemos visto que nuestra función como padres no es otra que prepararlos lo mejor posible para desenvolverse en el mundo de forma autónoma y madura. Ahora añadimos: y para tomar decisiones libres y responsablemente. 

Pongamos límites

  • Se debe empezar desde la niñez. Nunca es tarde para reconducir la conducta de una persona, pero se complica a media que crecemos.
  • Es necesario conocer bien a los niños, no todos tienen las mismas necesidades. Por poner un ejemplo, durante la adolescencia, mientras que a unos hay que ponerles hora estricta de llegada, a otros hay que empujarlos a salir de casa…Ser justos no es ser igual con todos, lo cual es dificilísimo en una familia con varios hijos, pero así es.
  • Es importante que los niños sepan el por qué de cada norma, que le encuentren el sentido. Ello no implica que las acaten sin rechistar, en el papel de padres van incluidas “las discrepancias” con los hijos.
  • Las normas deben ser acordes con la edad e ir cambiando a medida que van creciendo. Es algo obvio pero difícil cuando se van haciendo mayores. Como padres nos cuesta saber hasta donde llegar y aceptar que van necesitando su espacio.
  • El incumplimiento debe tener una consecuencia relacionada con el hecho. En ocasiones es difícil encontrar la relación, se debe buscar entonces alguna consecuencia que sea efectiva.
  • Aunque difícil, debe ser una premisa guardar siempre la calma. Cuando uno está excesivamente enfadado, hace o dice cosas de forma impulsiva que no son adecuadas. Como los padres también estamos aprendiendo, cuando nos alteremos más de la cuenta y nos equivoquemos, debemos pedir perdón, es una buena lección para los hijos.
  • Las normas deben estar basadas en valores y principios. Tienen que ir unidas  a la formación a través del diálogo y el ejemplo,  de otra forma serían incongruentes. Debemos dedicar tiempo a educar, ningún límete es efectivo sin una base.
  • Cuando los niños se van haciendo mayores, se les pueden dar dos alternativas, y que ellos elijan entre esas opciones. Es la forma de enseñarles a tomar decisiones pero bajo una supervisión paterna. 
  • Debemos evitar dar una importancia primordial a los estudios. Estos son solo una parte de su educación, y si la convertimos en la fuente principal de exigencia, creamos un ambiente de competitividad y de estrés que no favorece el crecimientos de otros valores igual o más importantes, como la amistad, la solidaridad, el respeto etc… 

¡Cuidado! Una casa no puede ser una fuente de estrés continuo y por desgracia pasa con frecuencia. Cuando queremos que todo salga perfecto nos centramos en todos los detalles y por tanto las discusiones son frecuentes, eso no es sano ni educativo. Debemos asumir que la perfección no existe y que donde conviven varias personas, debe haber flexibilidad. Por ello, dejo para el final un punto muy  importante para la convivencia: Es preferible tener un número limitado de normas, muy claras e importantes. Normas en las que nos podamos mantener firmes.



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